“Adiós, idiotas”: Cuando Amélie aterrizó en un París futurista
Tras su última película, la excelente Nos vemos allá arriba en 2017, el director francés, Albert Dupontel, regresa a la dirección con una obra menor, Adiós, idiotas. El filme, que fue ganador del César en 2020, gravita en torno a una pareja de kamikazes muy particulares en una misión suicida. Se estrena en España el 10 de septiembre.
Sinopsis
Cuando Suze Trappet (Virginie Efira) se entera a los 43 años de que está gravemente enferma, decide ir en busca del hijo al que se vio obligada a abandonar cuando tenía 15 años. Su búsqueda administrativa le hará conocer a JB (Albert Dupontel), un cincuentón en plena depresión, y al Sr. Blin, un archivero ciego con un entusiasmo impresionante. Los tres se embarcan en una búsqueda tan espectacular como imposible. (La Aventura Audiovisual)
Una fábula muy francesa
Virginie Efira, actriz francesa que parece relevar a la gran Isabelle Huppert, interpreta a una cuarentona con un diagnóstico terminal que va en busca de un hijo abandonado. En su pequeña odisea le acompañará un anciano ciego, Nicolas Marié, y un programador informático, Dupontel, que pretende, sin éxito, suicidarse en la oficina; el intento fallido le traerá el caos a todos. Los tres se ven frustrados por burócratas fríos, en una sociedad dura e individualizada que se sustenta en consumir y ganar más dinero. Aunque terminan en las situaciones más inverosímiles, siempre consiguen salir a tiempo e ilesos.
Sin embargo, lo significativo y valioso de la obra no es su argumento, sino el envoltorio. La obra de Dupontel, en su conjunto, posee un sentido del humor muy surrealista, inspirado por Terry Gilliam, quien hace un pequeño cameo en la película, y una inventiva visual claramente identificable; en algunas ocasiones parece una pomposidad kitsch y en otras nos recuerda al estilo de Jean-Pierre Jeunet en la fabulosa Amélie (que cumple ya 20 años).
El futuro como caricatura tecnológica
Es el tipo de película que se empeña, por todos los medios, en manifestar que trata de algo más. Aparece el peligro del comportamiento antisocial, el suicidio, la gentrificación, el estado de vigilancia y control, el abandono de los discapacitados, la depresión y, burlonamente, el desprecio absoluto por la policía. Nada se explora con demasiada profundidad y todo es, a la vez, bastante vago y obvio.
Dupontel es un fanático de los movimientos giratorios de la cámara, de los zooms extremos y de imponer un ritmo frenético en el montaje. Las florituras estilísticas serían impresionantes si tuvieran un propósito concreto. Pero en la mayoría de situaciones es mero exhibicionismo cinematográfico; buenas intenciones vacías de significado.
Conclusiones de ‘Adiós, idiotas’
Este cuento de hadas sobre una madre en busca de su hijo al que abandonó en el pasado finaliza con una moraleja afín a su característico humor negro: denunciar a la fría sociedad moderna.
Por otro lado, Adiós, idiotas parece un homenaje a Brazil (1985) de Gilliam. A diferencia de ésta, la París metropolitana de Dupontel es extraña e imaginaria, pero no explícitamente una ciudad de ciencia ficción. Adiós, idiotas alcanza el equilibrio cuando la cámara se aleja de los humanos y se enfoca en esta versión semi futurista de Francia. Un mundo brillante, colorido y terriblemente moderno.
Fuente: Soraya Unión Álvarez, de Cinemagavia