«Licorice Pizza»: Una genialidad cinematográfica
Licorice Pizza es la deseada obra de Paul Thomas Anderson (Magnolia, Pozos de Ambición, The Master) que llega por fin a España el 11 de febrero. Este coming of age protagonizado por Alana Haim y Cooper Hoffman supone una oda al amor, siendo más específicos al primer amor.
Sinopsis ‘Licorice Pizza’
Licorice Pizza es la historia de Alana Kane y Gary Valentine, de cómo crecen juntos, salen y acaban enamorándose en el Valle de San Fernando en 1973. Escrita y dirigida por Paul Thomas Anderson, la película nos muestra las dificultades que implica vivir el primer amor.
La vitalidad de los noveles
Antes de meternos en materia cabe destacar al equipo que ha hecho posible Licorice Pizza, que sorprendentemente muchos de ellos se estrenaban con esta película. Por un lado, tenemos a Michael Bauman que es la primera vez que ejerce como director de fotografía, aunque en esta ocasión está acompañado del propio director. Asimismo, para Andy Jurgensen es la primera película que monta (anteriormente se encargó del montaje del mediometraje de Junun).
Por otro lado, tenemos a los protagonistas Alana Haim y Cooper Hoffman quienes se estrenan en este filme. Sin embargo, Alana Haim no ha estado sola en esta aventura y ha estado acompañada de su familia. Es decir, la familia de Alana es su familia en la película, algo que resulta cuanto menos curioso. No obstante, ¿de dónde vienen esta ola de noveles?
Si bien, Paul Thomas Anderson ya había trabajado con casi todos ellos. Michael Bauman fue parte del departamento de eléctricos y de cámaras en películas como The Master o El hilo invisible. Por su lado, la tradición de Paul Thomas Anderson de dirigir numerosos videoclips hizo coincidir con Andy Jurgensen como editor de estos, y con Alana y su familia quienes son componentes del grupo Haim, para los que Paul Thomas Anderson dirigió los videoclips. Por su lado, Cooper Hoffman es el hijo de Philip Seymour Hoffman quien falleció en 2014 y actúo en películas como The Master o Magnolia.
Concluyendo, este sería el entramado de amistades que compone la película, y la razón que justifica la existencia de los noveles que han hecho posible esta historia. Sin embargo, su situación virgen a penas se nota en la cinta, e incluso puede que sea la razón por la que la cinta rezuma tanta frescura y naturalidad.
Los secundarios cogen las riendas
Alana y Gary en una película convencional de amor serían aquellos personajes secundarios que quedan a la sombra de los protagonistas canónicos, y que construyen su relación de amor a servicio de los gags y bajo la tutela de ambos protagonistas. Son dos personajes que rompen con el canon establecido y cogen las riendas de su historia para enseñarla al mundo. Esta es una historia de secundarios como protagonistas que transcurre en los años 70.
La escena que nos introduce a la historia y nos presenta a los protagonistas es magnífica. Ese plano secuencia tan de Paul Thomas Anderson, y esos enfrentamientos ácidos de diálogos sirve para retratar perfectamente a Alana y a Gary. La película capta al espectador desde el minuto uno, desde entonces, ya no te liberas. La diferencia de edad entre ambos se nos acaba olvidando, haciendo que acabemos viendo el interior de los personajes, y cómo estos sentimientos se relacionan entre ambos.
Magnífica dirección de escenas
Licorice Pizza es un lugar apasionante en el que los elementos convergen para dar una lección de cómo hacer cine. En primer lugar, la forma en la que se plantean las escenas, en la que todo se cuida al milímetro y la forma en la que se cuentan dejan ver la maestría ya demostrada por parte de Paul Thomas Anderson. La cámara es una delicia en sí misma, sus fluidos movimientos, su forma de mirar, su manera de enseñar, esconder y dejar intuir supone el alarde de un majestuoso lenguaje cinematográfico que da envidia.
Por otro lado, la banda sonora es un elemento imprescindible en esta película. La música acaba siendo la pareja perfecta de esta historia de amor. Asimismo, la experiencia en la creación de videos musicales del director se deja ver en la forma en la que las imágenes van al ritmo de las canciones, como si todo funcionase como un conjunto indivisible que fluye de manera orgánica y brillante.
Y no, no podría dejar sin comentar los escenarios. A parte de que estos gozan de enorme plasticidad, se juega de forma inteligente con diversos elementos para enriquecer la escena. Uno de los más destacables es el de la iluminación, y como ejemplo, hay alguna que otra escena en la que se coloca una fuente de luz rotatoria justificada y que forma parte del escenario creado. Esta acaba sumando a la realización de la escena y en la manera de fotografiar dando lugar a un resultado excitante a nivel visual en el momento concreto.
Un guion lleno de vaivenes
El guion de Licorice Pizza no es realmente complejo ni presenta grandes estrategias en la creación de nudos. Tiene un conflicto principal que servirá para toda la cinta, la dificultad reside en mantenerlo vivo. Paul Thomas Anderson lo consigue con creces, y sabe progresar en esa línea narrando diferentes secuencias de la vida de los jóvenes que les une y les separa por igual. Incluso hay en cierto momento en el que si te paras a pensarlo te preguntas: ¿A dónde está yendo todo? Sin embargo, no es eso el amor a veces.
Por otro lado, creo que en una película de este estilo en la que los fragmentos se podrían separar y tratarlos de forma independiente, es muy difícil llevar a cabo secuencias tan largas sin perder estabilidad ni la atención del espectador. No obstante, es increíble el manejo de estas, es como si la historia siguiera tan viva como en el inicio. Además, los gags funcionan a la perfección, las situaciones presentan gran frescura e incluso muchas de ella hacen que te agarres al asiento. Licorice Pizza es una película de sentimientos, de sentimientos vivos que nunca desaparecen.
Asimismo, es una cinta con gran fuerza en sus diálogos. Paul Thomas Anderson demuestra un derroche de audacia con conversaciones en las que afloran ligeros subtextos y en ocasiones una fuerte crítica. Son brillantemente naturales y simpáticos en todo su espectro. En definitiva, es una historia de las dificultades del primer amor presentadas a través de agradables y en ocasiones truculentas peripecias que tienen como principal sustancia el conflicto amoroso. Todo converge en un clímax en el que el montaje en el momento exacto dispara al corazón del espectador con delicadeza.
Alana, Gary y el teléfono
Alana Haim y Cooper Hoffman son Licorice Pizza. A pesar de su situación novel, ambos jóvenes actores se encuentran fantásticos en la historia. Derrochan carisma, pregnancia y belleza en su interpretación. Captan al espectador a partir de miradas y gestos mímicos con grandes matices que parecen hacer fácil su trabajo cuando es todo lo contrario. Son el mejor dúo interpretativo del año.
Derrochan energía y frescura, algo que repercute directamente en la historia. Hacen de cada escena una situación única. Ojalá se les siga teniendo en cuenta para futuros proyectos. Por otro lado, es magnífica la escena del teléfono en la que se dice tanto con tan poco. Un teléfono que acaba teniendo gran presencia a lo largo de la cinta y que es una muestra de eso que se construye al inicio.
Conclusión de ‘Licorice Pizza’
Licorice Pizza es una genialidad cinematográfica. De principio a fin la obra de Paul Thomas Anderson es perfecta, con gran frescura y naturalidad. Es un derroche de maestría y técnica que se suma a la colección de Paul Thomas Anderson. Una película para vivir y revivir. ¡Ojalá la disfruten tanto como lo hizo un servidor!
Esta historia se ha podido contar muchas veces, pero nunca con la forma en la que lo hace Paul Thomas Anderson.
Fuente: Javier Atienza, de Cinemagavia.